martes, 9 de diciembre de 2008

Sin mirada del adiós

¿Cómo entender que ya no estás? ¿Cómo entenderlo si no pude siquiera decidir si quería o no ver tu cuerpo sin vida? Sin esa vida que el cáncer te y me arrebató.
No te pude despedir. No como hubiera querido ni como vos merecías. No te recordé cuanto te quiero y te debo un abrazo.
Y hoy deseo más que nada en el mundo y aún más de lo que siempre deseé ser una chica Almodóvar, que aparezca una ventanita azul en el ángulo inferior derecho de la pantalla anunciando que estás ahí, conectado, no a la web, conectado a mí. En este tan cuestionado por nosotros dos, medio de comunicación, frío y enajenante, nosotros supimos conectarnos, encontramos una extraña versión de amistad y compañerismo, complicidad. Nos conocimos, nos acompañamos noches en vela, nos discutimos, nos filosofamos, nos desafiamos, nos jugamos, nos reimos, nos entendimos, nos desentendimos, nos embriagamos.
Y también nos encontramos, y entonces el recital, y Calamaro y Rot y Elvis está vivo. Y como era de esperar, nos llevamos bien, y compartimos mates. Y tu cumple. Y un día te visité en el Marie Curie, y mejoraste y parecía que todo había pasado y el 80° del nacimiento del che, y Rosario, y el campamento, y lo lindo de compartirlo, y las peores fiestas de mi vida a las que sólo fui porque me lo pedías, y sociales y el seminario, y tu cara cuando me viste entrar... Daría el alma por ver esa cara de nuevo. Cuánto más te podría haber disfrutado. Me dejaste con las ganas de compartir otro tinto y un habano en el balcón de Lio y cantar juntos la canción de los buenos borrachos.
Esperame Sebas, esperame que aunque lo parezca esto no es una despedida, sigo necesitando abrazarte, recordarte cuánto te quiero, sigo creyendo que en cualquier momento va a titilar en naranja una conversación de un tal Sebastian sin tilde, que me reprocha "¿No saluda más usté?".

[Imposible no reprocharme por qué no saludé más.]

Hasta me parece esuchar tu risa y verte guiñarme el ojo, diciendo: "No llores Vickyta, que me voy a encontrar con Julito Infante y el gran Cortázar, y después de un par de tequilas, veremos qué es lo que pasa." Sonrío. Y así, medio bailando y medio volando, me saco el melón, te saludo, te regalo una poesía en prosa de las que te gustan y te digo adiós.




Instrucciones para dar cuerda al reloj.

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan. ¿Qué más quiere, qué más quiere? Atelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

martes, 11 de noviembre de 2008

Domingo I

Empiezo sintiendo el malestar escomacal que me genera la media hora de viaje en el auto familiar donde conviven el olor a humano que mi hermano y mi padre dejan durante toda la semana, y el dulzón aroma del perfume importado que mi madre lleve casi volcado encima. De a poco el aire se hace un poco, sólo un poco más puro y de lejos escucho los ladridos de mi perra, no tan mía. Morita, mi ovejera que hace ya años que vive con mi abuela y nos sigue moviendo la cola detrás de las rejas cuando nos ve estacionar. A pesar de que ya hace tiempo que mi abuela por su condición de viejita dejó de esperarnos con asados o paellas, todavía huelo el humo de la parrilla y el vapor de los mariscos cocinándose en el fondo. El olor a la salsa que ahora prepara para los ravioles que nosotros llevamos convive y es amigo de los viejos olores culinarios. Ya se me hace agua la boca pensando en los sabores de domingo y abuela Marina. Pero pasa un rato y reincide el malestar estomacal, esta vez acusa recibo de los manjares de la abuela. Mmmm... siento el olor al café, lo retengo un poco en la boca y mientras intento disfrutarlo escucho los gritos de mi viejo "Dale que no llegamos. Victoria, nos vamos a perder los primeros minutos" Entonces me termino el café de un trago y mientras mi mamá queda con mi abuela a la espera de "las viejas" con quienes pasarán una tarde a puro burako y chismerío de la tercera edad - Que Dianita disfruta como si fuera una más de la generación - me dirijo al monumental con mi papá. Y a medida que nos vamos acercando se ven cada vez más casacas rojas y blancas. Y de repente los cánticos de la gente: una de las contaminaciones auditivas que más disfruto se empieza a hacer oir cada vez más fuerte (la otra es el ruido de los chicos en el recreo). Me cruzo con alguna cara conocida en el acceso, olor a meo mientras subo la escalera, uff, ya me estoy agitando. Al fin me siento y me re cago de calor con el sol que da de lleno a la San Martín alta. PIIIIIIII. Empieza el doparti. Me puteo con el plateista hijo de puta que tengo al lado, qué bronca. Miro la popu y me muero de ganas de estar ahí, con Seba, con Gusti o el Pelado. Pero lo hago por mi viejo. Lo hago por mí en realidad, para compartir esto con él. Y sí importa el resultado. Pasamos a buscar a mamá para emprender la retirada, y sólo con mirarnos Diana se da cuenta si puede o no abrir la boca en el viaje, ya cuando agarramos Pueyrredón, después de pasar la clínica donde internaron al abuelo, alquien se encarga de hacer la pregunta infaltable y disparadora de conflicto "¿Qué vamos a comer? En casa el clima es consecuencia directa del resultado del partido. El mal humor de domingo a la noche se incrementa o se atenúa según la cantidad de puntos sacados. Después de comer y mirar un rato Fútbol de Primera, me voy a la cama y tengo una semana para extrañar a mi abuela, a mi perra y volver a sufrir por River.

jueves, 16 de octubre de 2008

¡Buenos días princesa!

Así te dije cuando me despertaste el lunes. Y no sé por qué te sorprendiste, si siempre fuiste princesa. Las palabras no tienen género, o al menos no deberían tenerlo. Si te calza princesa, ¿Por qué debería decirte prínicipe?

Desde aquel primer día de clases de salita turqueza que te invité jugar. Siempre fuiste mi princesa, que detrás del gordo puto y degenerado, escondía fragilidad y angustia. El tiempo nos distanció un poco, aunque así no lo quisimos, para luego volver a juntarnos y unirnos más que nunca antes. Y a pesar de que siempre fuiste vos quien pareció necesitar de mí, soy yo quien te necesita como a nadie. No te das una idea de cuánto. Te amo y necesito para siempre princesa. Y aunque te cueste ponerlo en palabras, sé que es mutuo.

Final abierto

.
.
Nos conocimos sin conocernos,
nos quisimos sin querernos,
nos abrazamos sin abrazarnos.
Fuimos lo que fuimos,
sin saber siquiera qué éramos.
Pero algo fuimos hasta que dejamos de serlo.
Fuimos amigos, amantes, colegas,
fuimos compañeros, camaradas,
fuimos caricia para el alma y
sobre todas las cosas fuimos abrazo.
Fuimos lo que el otro necesitaba que
fuéramos hasta que dejamos de necesitarnos.
Y entonces dejamos de ser eso que éramos,
para pasar a ser recuerdo.
Te recuerdo por lo que fuimos y
por lo que quisimos ser.
Y mientras te recuerdo, te espero.
"En algún lugar te espero" te escribí alguna vez.
Ahora corremos con una ventaja.
Ya sabemos dónde esperarnos.
Y si la casualidad se resiste a encontrarnos,
entonces siempre nos quedará el recuerdo
de lo que fuimos y de lo que quisimos ser.
Pero siempre teniendo presentes
las palabras de nuestro amigo en común
"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió"
.
.
.
.
.
.
.
Gracias por haber sido ajeno, y por haber dejado de serlo.
Gracias por haber sido todo lo que necesité que fueras.
Gracias por no haber sido todo lo que quise que fueras.
Gracias por jugar conmigo a la comedia romántica.
Gracias por compartir conmigo este final abierto.
.
.
.

lunes, 7 de julio de 2008

A desalambrar



SUPONETE


Un día como hoy pero de 1980, suponéte, que yo heredé una fábrica de consoladores. Durante 20 años la pude mantener de pedo. Hacía consoladores para la Argentina porque mis costos eran muy altos y mi fábrica no era competitiva para exportarlos. Los consoladores taiwaneses y los de India eran mucho más baratos. En fin, suponéte que mi problema era que por cada peso que yo ponía, mi fábrica podía producir solamente 5 centavos más. Esto en las mejores épocas. En otras, suponéte, que directamente perdía plata. Ahora, los taiwaneses, por cada peso invertido ganaban 40 centavos, con lo cual, ellos podían bajar el precio de venta de sus consoladores para competir con los míos y es así que ellos vendían más consoladores que yo.

Para fines de los ´90 mi fábrica estaba fundida y yo debía mucha plata al banco.

Ahora, suponéte que un día el gobierno decide devaluar la moneda. En el gobierno piensan que si se devalúa la moneda se favorece a la producción porque se achican los costos nacionales en relación al precio internacional.


A mí me re conviene porque puedo empezar a ganar más plata por cada peso invertido y así puedo competir con los consoladores taiwaneses. Para devaluar la moneda la sociedad entera tiene que pagar el costo: luego de una devaluación los sueldos de toda la gente valen menos que antes, aunque en números sea lo mismo, pueden comprar muchas menos cosas. Igualmente la sociedad decide hacer ese esfuerzo porque sirve para reactivar la producción y generar trabajo para todos.

El gobierno, en su decisión de favorecer a la producción, me refinancia mi deuda con el banco, me da una tasa de interés muy barata y yo puedo quedarme con mi fábrica. Además, para mantener el precio de la moneda devaluada sale a comprar dólares todo el tiempo, miles de millones de dólares para que los consoladores argentinos sean competitivos. Encima, como yo para hacer consoladores necesito goma y la goma es un derivado del petróleo y como el petróleo tiene precio internacional y está en dólares y cada vez más caro, el gobierno me rebaja el costo de la goma, subsidiándola. Tanto la plata para pagar mi deuda con el banco, como la plata para mantener alto el dólar, como la plata para financiarme la goma, sale de las arcas nacionales, del Estado. Es así que, entonces, todos los argentinos ayudan a pagar mis deudas y a financiarme los costos de mi producción.

En fin, ahora yo tengo mi fábrica con una rentabilidad bárbara de 35 por ciento por cada peso que invierto. Encima, se reactivaron todas las fábricas del país, creció el trabajo y los salarios. Ya van 5 años seguidos en que la situación mejora cada día. Mi actividad está tan subvencionada que prácticamente no tengo riesgo empresario, es decir, tengo que hacer fuerza para que me vaya mal.

¿Y entonces qué pasa? Pasa que de golpe en China hay una revolución sexual. Todas las chinas se revelan, se cansan de que los chinitos no se pongan las pilas en la catrera y salen como locas a comprar consoladores de goma. Miles de millones de chinas -desesperadas- haciendo cola para comprar artefactos que satisfagan sus necesidades. En China, el gobierno declara la Emergencia Sexual y saca una Ley de Seguridad Consolante: abre las fronteras, sin impuestos, para todos los consoladores del mundo que quieran entrar en la China. El precio internacional de los consoladores se dispara, un consolador sale dos, tres, hasta cuatro veces lo que salía antes.
A mí me viene al pelo. Suponéte que, de pronto y por una cuestión ajena, por cada peso invertido puedo sacar hasta dos pesos con treinta centavos, ¡una rentabilidad del 130 por ciento! De golpe, hacer consoladores no sólo es una actividad que me permite vivir bien, ahora me permite hacerme millonario. Y eso que sigo siendo un "pequeño productor de consoladores", que no es lo mismo que "productor de pequeños consoladores". Así y todo estoy ganando, suponéte, 40.000 pesos por mes. Chocho.

¿Pero qué pasa? Como hacer consoladores es tan rentable, muchos de los que hacen fideos, remeras, lapiceras, latas de comida, remedios o galletitas se vuelcan masivamente a la industria del consolador porque todos quieren hacer mucha plata, obviamente. Como consecuencia, en Argentina pasan tres cosas:

1. Todos los consoladores se venden al exterior, dejando a los consumidores de consoladores argentinos sin el producto o al mismo precio que se paga afuera (carísimo). Como nuestros sueldos están devaluados y están devaluados para que se puedan fabricar un montón de cosas, esta consecuencia es absolutamente injusta ya que hacemos el sacrificio para que se puedan fabricar consoladores pero nos quedamos sin la capacidad adquisitiva para poder comprarlos.
2. Como consecuencia de que muchas fábricas se cambian al rubro de los consoladores de goma, se dejan de fabricar muchas cosas y al haber menos cantidad de esas cosas, aumentan de precio, con lo cual nuestros sueldos pierden poder adquisitivo con respecto a todos los productos.
3. Además, como es tan rentable hacer consoladores, mi fábrica aumenta de precio. Antes valía 100.000 pesos, ahora vale 500.000 pesos. Entonces yo ahora ya ni siquiera trabajo. Directamente me conviene alquilar mi fábrica a otro que la trabaje mientras yo me rasco el higo todo el día. Vienen fondos de inversión, pooles de consoladores y empiezan a alquilar fábricas en todo el país y las dedican a la producción de consoladores.

El gobierno, entonces, tiene que hacer algo. Porque la gente lo votó por haber reactivado la economía pero siempre y cuando los sueldos alcancen para vivir, lo cual es lógico. La gente aceptó pagar el costo de la deuda de los sectores productivos, pero a cambio de poder trabajar y comer, como mínimo y, por ahí, en el mejor de los casos, progresar.
Y lo que hace el gobierno es ponerme retenciones móviles a la exportación de consoladores, con lo cual, ahora mi rentabilidad vuelve a ser del 30 por ciento. Cuando aumenta mucho el precio del consolador, aumentan las retenciones; cuando baja el precio del consolador, baja la retención. Yo siempre gano lo mismo, o sea, mucho: 30 por ciento anual, que es seis veces más que lo que gana una fábrica de consoladores en cualquier lugar del mundo.

Suponéte que, entonces, yo soy un tipo muy irracional y egoísta. Suponéte que además no tengo memoria, no me acuerdo de lo mal que me iba antes y me olvido, además, de los esfuerzos que hizo toda la sociedad para que a mí me vaya bien. De golpe me junto con todos los productores de consoladores y me pongo a armar un gran quilombo. Corto las rutas y no permito el paso de ningún otro producto. Genero desabastecimiento, suben los precios, la gente pierde aún más poder adquisitivo, etc.

Para justificarme, me dedico junto a mis compañeros fabricantes de consoladores a diseñar un discurso que me exculpe de mis acciones antipopulares y desestabilizadoras: "Consoladores=Patria", "Paja o Muerte", "Todos somos Consoladores", "No al Aborto, Sí al Consolador", "Con los Consoladores estábamos mejor", "K tirame la goma".
La oposición y los medios me apoyan, aunque lo hagan solamente porque están en contra del gobierno y se aprovechan de la situación. Suponéte que a mí no me importa y me aprovecho también de ese apoyo.
El gobierno no me reprime, es sumamente racional al respecto del manejo del conflicto, entonces yo me aprovecho de esa situación y radicalizo mi protesta. Los medios y la clase alta, que siempre habían condenado los cortes y el uso de la fuerza en la protesta, ahora lo apoyan, con lo cual todo me sale redondo.

Hasta acá la historia es igual a la del campo. Pero suponéte que en vez de pasar lo mismo que pasa con el campo, en el conflicto de los consoladores pase otra cosa. Suponéte que de golpe, el gobierno dice: "Bueno, tenés razón. Te voy a sacar las retenciones móviles." Yo me pongo re contento, hago un acto en Rosario y salto de alegría por haber ganado la batalla junto a todos mis amigos de la Sociedad Consoladora Argentina, el Pro y la Carrió que apoya cuanto consolador se le cruza. Gané la batalla.

Al otro día, el gobierno dice: "Te saqué las retenciones, pero también se las saqué al petróleo y además dejé de comprar dólares para mantener el tipo de cambio y, además, ¿sabés qué?, voy a dejar de financiarte tus deudas con el banco y voy a liberar las paritarias para que los trabajadores exijan los sueldos que quieran y voy a dejar de hacer rutas para transportar consoladores y voy a mandar esa guita para hacer hoteles de alojamiento populares y además voy a lanzar un montón de medidas para fiscalizar a la producción de consoladores porque ese sector es el que más evade impuestos en nuestro país."

Entonces, aumenta la goma en dólares. Y el costo del trabajo aumenta a valores europeos. Y encima tengo más presión fiscal y se me va un 33 por ciento de la ganancia que antes no pagaba porque me hacia el dolobu. Para colmo, se revalúa la moneda porque ya el gobierno no sale a comprar dólares, con lo cual la diferencia que hacía antes en el mercado internacional se achica. Ahora no tengo retenciones y, aunque sigo ganando plata, gano inclusive menos que cuando tenía retenciones.

Un día se acaba la fiesta sexual en China. Las minitas vuelven todas al lecho masculino porque los chinitos se pusieron a estudiar tantra como locos y ahora pueden mantener una erección durante 48 horas seguidas. El sexo adquiere la calidad de "Actividad Protegida por la República Popular China". Por efecto de la transnacionalización de la cultura oriental, se abren escuelas de tantra en todo el mundo. Los consoladores pasan de moda. El pene, viejo y peludo nomás, vuelve a ser el mejor amigo entre las chinitas de todo el mundo. Los hombres readquieren su seguridad, pues se habían visto reemplazados por simples pedazos de goma. Al haber volcado sus esfuerzos en hacer la vida de sus compañeras más placenteras, abandonando el egoísmo sexual que los caracterizaba, la humanidad entera se encamina hacia una época más feliz.

Suponéte que en Argentina ahora nos tapan los consoladores. No nos sirven para nada. Encima perdimos la capacidad de producir cualquier otra cosa. No nos tecnificamos, no nos modernizamos, no diversificamos nuestra producción, en fin, se nos pasó el tren.
Ahora mi actividad no tiene ni renta extraordinaria ni el apoyo del estado. Suponéte que tengo miles de cajas llenas de penes de goma y que me los tengo que meter en el culo.

Suponéte.


.



En Rosario escuché a Pérsicco decir "Si reaccionan así ante la retención de un porcentaje ¿Qué van a hacer cuando les expropiemos las tierras?"


Y me acordé de este tema:



A DESALAMBRAR - Daniel Viglietti



Yo pregunto a los presentes

si no se han puesto a pensar

que esta tierra es de nosotros

y no del que tenga mas.


Yo pregunto si en la tierra

nunca habra pensado usted

que si las manos son nuestras

es nuestro lo que nos den.


A desalambrar, a desalambrar!

que la tierra es nuestra,

tuya y de aquel,

de Pedro, Maria, de Juan y Jose.


Si molesto con mi canto

a alguien que no quiera oir

le aseguro que es un gringo

o un dueño de este pais.


A desalambrar, a desalambrar!

que la tierra es nuestra,

tuya y de aquel,

de Pedro, Maria, de Juan y Jose.


Yo pregunto a los presentes

si no se han puesto a pensar

que esta tierra es de nosotros

y no del que tenga mas.


Yo pregunto si en la tierra

nunca habra pensado usted

que si las manos son nuestras

es nuestro lo que nos den.

jueves, 3 de abril de 2008

· Creo que he visto una luz, al otro lado del río ·


Cacerola de teflón - Ignacio Copani

No te oí... En los días del silencio atronador.
No te oí junto a las madres del dolor,
no sonaste ni de lejos, por los
chicos, por los viejos olvidados.

No te oí... Puede ser que ya no estoy oyendo bien,
pero al borde de las rutas de Neuquén,
no te oí mientras mataban por la espalda a mi maestro.

Y entre nuestros cantos desaparecidos
yo jamás oí el sonido de tu tapa resistente,
que resiste comprender que hay tanta gente
que en sus pobres recipientes sólo guarda una ilusión.

Cacerola de teflón, volvé al estante,
que la calle es de las ollas militantes,
con valiente aroma de olla popular.

Cacerola de teflón, a los bazares
o a sonar con los tambores militares
como tantas veces te escuché sonar.

No te oí... cuando el ruido de las fábricas paró,
cuando abril su mar de lágrimas llenó.
No te oí con los parientes del diciembre adolescente,
asfixiado.

No te oí. Puede ser que mis oídos oigan mal,
pero no escuché en la exposición rural,
reclamar por el jornal de los peones yerbateros,
por la rentabilidad de los obreros,
por el tiempo venidero, porque venga para todos.

No te oí ni te oiré porque no hay modo
de juntar tu avaro codo con mi abierto corazón.

Cacerola de teflón, volvé al estante
de los muebles de las casas elegantes
que las cocineras te van a extrañar.

Cacerola de teflón, a los bazares
o a sonar en los conciertos liberales
como tantas veces te escuché sonar.

No te oí en el puente de Kosteki y Santillán
No te oí por el ingenio en Tucumán.
No te oí en los desalojos ni en los barrios inundados de este lado.
No te oí, en la esquina de Rosario que estalló
Cuando el ángel de la bici se calló
y sus ángeles pequeños se quedaron sin comida.

Y jamás te oí en la vida repicar desde acá abajo
por un joven sin trabajo, a la deriva.
Debe ser que desde arriba,
desde los pisos más altos
no se ve nunca el espanto y las heridas.

Cacerola de teflón, volvé al estante.
Yo me quedo en una marcha de estudiantes
donde vos nunca supiste resonar.

Cacerola de teflón, a los bazares
o a llenarte de los más ricos manjares
que en la calle no se suelen encontrar.

Cacerola de teflón, andá a c... ocinar.




.





[.sobre todo creo, que no todo está perdido.]

viernes, 8 de febrero de 2008

La insatisfecha Victoria



“Para conformarse se ha inventado el jamás”
Silvio Rodríguez

.
.
.
.
Victoria se levanta temprano, un día más. Piensa en todo lo que debe hacer, en lo que aún queda por terminar de la noche anterior, cuando alguna excusa baladí la encontró para conquistarla.
Sale a la calle y camina. Otro día más con sus obligaciones. Sus estudios, el trabajo, los amigos, la familia… Y la rutina se nota, se siente por su peso a cada paso; ella sólo piensa resignada que esa es su vida.
Y llega el colectivo y esos veinte minutos al trabajo son los ideales para desprenderse un rato y volar.

Abril despierta acompañada. Siempre. Se dirige a Tiffany’s a desayunar otra vez. Vida nómade de actriz. De aquí para allá. En cada puerto…
Un amante distinto, buscando un par de arrebatos cada noche, cediéndole su alma entera a quien esté dispuesto a robársela.

Victoria vuelve a casa. Lo único que desea es gritarle al viento y que éste le conteste qué ha hecho ella para merecer todo esto. ¿Qué ha hecho ella? ¿Quién reparte? ¿Quién juzga? ¿Cuándo fue que el tiempo se puso tan violento? El maldito tiempo que no para de avanzar. Alguien le había dicho alguna vez que aunque el tiempo parezca tener vida propia es decisión nuestra qué hacemos con él. Cuánta falta de sentido tenían ahora esas palabras. Todavía estaban frescos; impregnados en su piel aquellos momentos en que sólo visualizaba la perfecta imagen y la forma de obtenerla; el marido ideal, los hijos, el jardín y ser una chica Almodóvar. Y ser una chica Almodóvar. Y hoy… Nada de eso queda, nada más que una imagen difusa. Sueños eran. Sueños olvidados, tal vez, en alguna copa de una noche de bar. No eran más que caretas, que personajes forjados en la mente que ahora sólo la perseguían para hacerle notar el fracaso, o para ofrecerle algún viaje volador. Hoy todo es un gris laberinto y ella sólo busca la salida.
Nada queda de esas tardes risueñas. Sólo voces en su cabeza que no logra callar.
Decide salir a caminar, buscar la luna en la ciudad, buscar alguna momentánea compañía.

Pasó de todo y ella sigue de moda. Abril camina, todos la admiran. Todo es pasión y lujuria y placer. Todavía anhela aquellas tardes sin sol en que tomaba mate en el jardín. Qué lejos quedó todo. Cuántos kilómetros de distancia, si tan sólo pudiera volver.

La incógnita la lleva a la obsesión, al orgullo de su silencio. Si al menos por una vez el deseo se obsesionara con ella, por un rato nomás. Si alguien la consolara de su angustia, de esa angustia indescriptiblemente descriptible.
Nada, nada es capaz de saciar su sed. Esa sed de soñar, de tener, de poseer, de ser quien no es. Un poco lista, un poco boba. Ella, siempre intelectual, siempre la de anteojos de grueso marco negro. Crear personajes de ficción.
Todo es locura, todo es incesto, todo es pecado, y al fin y al cabo, se da cuenta, lo único que desea son unas noches locas, jugando a ser alguien más.
Aquel que reparte parece haberle quitado todo, hasta el derecho de soñar. Pero ella arriesga. Y no gana. Siempre igual. Siempre es la monótona rutina la que obtiene la victoria.
Camina. Transita calles; entrada la noche (alguna nueva excusa volvió a ganar y no pudo hacer todo lo que se dice por ahí correspondía) vuelve a casa. Sola. Desalentada. Insatisfecha.
Insatisfecha, es siempre eso. La insatisfecha Victoria.

Abril recorre ciudades; Madrid, Buenos Aires, Nueva York. Y en todos lados un vacío. Ese vacío profundo y rotundo que siempre está e irónicamente la hace sentirse acompañada.

Victoria sueña. Una vez más. Y vuelve a despertar. Todo sigue igual. El mundo sigue girando, ella sólo piensa que desea que lo paren; se quiere bajar. Es tarde, se apura. Quiere llegar a los veinte minutos voladores. Esos minutos, segundos libres de culpas; de responsabilidades, colmados de libertad. Pero siempre culminan. La encuentra la 9 de julio y Corrientes; su parada. Algún día, no bajará. Espera alguna vez juntar el valor para hacerlo. Pero no se siente capaz. Ella, tan débil, tan frágil, tan sumisa. Pero tan insatisfecha. Otra vez esa palabra, piensa.

La soledad la encuentra en su cuarto de hotel. Años evitándola, aunque ahora pareciera que siempre estuvo allí, escondida, en algún baúl. Piensa sin hallar respuesta que en cuál avión habrá sido que se subió con ella para no bajar dejándola. Tan sólo esperar, tan sólo esperar a que se quede en algún otro aeropuerto.

Toma el colectivo de regreso. Qué lejos está. De nuevo esos veinte minutos esperados. Los piensa, los desea, los aprovecha, los disfruta. Qué absurdo parece todo lo demás. Tantas cosas realizadas para en realidad no haber hecho nada. Para que sus únicos momentos de disfrute sean esos tontos veinte minutos en un transporte público.

Aeropuerto en Nueva York. Tal vez acá se queda, piensa Abril.
Aeropuerto en Buenos Aires, tal vez acá sí.
Y ya no se quería desprender. En algún momento sin darse cuenta había aprendido a disfrutar de su compañía, o a convivir con ella. Era lo único que sentía que realmente le pertenecía. Lo único realmente de ella. Esas horas de vuelo; el único tiempo en que de verdad estaba sola. No más romances, no más amantes. Soledad, pensamiento, reflexión. ¿Deseaba algo de lo que alguien le dijo poseía? Insatisfacción (nuevamente esa palabra).

Victoria viajaba. ¿Tal vez hoy? ¿Hoy será el día en que no se baje? ¿En que seguirá viajando para no despertar?
9 de julio y Corrientes. Nadie desciende.
Victoria abre los ojos (sabía, la única forma de no bajar sería cerrar los ojos, sentirse dueña de su vida, pertenecer a su sueño, sentirlo propio). Ve el edificio de oficinas al que debía entrar. Esboza una sonrisa.

Finalmente piensa y acepta que es insatisfecha, que el ser humano lo es.
El paisaje la abruma. El escenario está desierto y de nuevo esa angustia que le comprime el pecho y le provoca querer gritar.
¿Cuándo fue qué perdió el camino? ¿Qué el recorrido dejó de ser el mismo, qué la incertidumbre se apoderó de su ser? ¿Cuándo fue que los múltiples personajes que creó en ella se entrelazaron?
En algún momento sintió a su sueño, se apoderó de él. Y ya no abrió los ojos, motivada por el deseo, por el enorme atractivo de ser alguien más. De jugar por un rato a ser esas tantas y diversas personalidades que deseaba.

Un día, Victoria, a su nombre le agregó “Abril” porque se le antojó.
Victoria Abril. Y ni así se conformó.
.
Lucía Poy
2007
.
Gracias Lulila. Gracias por tanto. Te quiero hasta siempre.

viernes, 11 de enero de 2008

M A E S T R O


Fredes,


Me quedo con tu sonrisa, con esa con la que nos despediste el 7 de diciembre, me quedo con tus abrazos, con tu fuerza, con tu lucha, me quedo con tu convicción, y con tu amor por el Acosta y tus alumnos, me quedo con tus ganas, tu entereza, tu pasión por la docencia, me quedo con el recuerdo de un hombre grande, grande y noble, con quien compartí poco pero suficiente como para quererlo de forma sincera, y sentir y sufrir y llorar en el alma su ausencia física, y valorar y admirar su presencia aún ausente, presencia viva mientras vivamos los que podemos recordarlo, los que lo vimos vivir y morir como los árboles, de pie.

Y así es como debemos recordarlo, homenajearlo y despedirlo: enteros, fuertes y de pie, como lo hizo él, aún cuando su salud le jugaba una mala pasada, siempre firme, luchando junto a sus alumnos y toda la comunidad del Mariano Acosta.


Buen viaje Carlos, y hasta siempre.



Viqui Serral


Egresada 2007 5º2º