martes, 11 de noviembre de 2008

Domingo I

Empiezo sintiendo el malestar escomacal que me genera la media hora de viaje en el auto familiar donde conviven el olor a humano que mi hermano y mi padre dejan durante toda la semana, y el dulzón aroma del perfume importado que mi madre lleve casi volcado encima. De a poco el aire se hace un poco, sólo un poco más puro y de lejos escucho los ladridos de mi perra, no tan mía. Morita, mi ovejera que hace ya años que vive con mi abuela y nos sigue moviendo la cola detrás de las rejas cuando nos ve estacionar. A pesar de que ya hace tiempo que mi abuela por su condición de viejita dejó de esperarnos con asados o paellas, todavía huelo el humo de la parrilla y el vapor de los mariscos cocinándose en el fondo. El olor a la salsa que ahora prepara para los ravioles que nosotros llevamos convive y es amigo de los viejos olores culinarios. Ya se me hace agua la boca pensando en los sabores de domingo y abuela Marina. Pero pasa un rato y reincide el malestar estomacal, esta vez acusa recibo de los manjares de la abuela. Mmmm... siento el olor al café, lo retengo un poco en la boca y mientras intento disfrutarlo escucho los gritos de mi viejo "Dale que no llegamos. Victoria, nos vamos a perder los primeros minutos" Entonces me termino el café de un trago y mientras mi mamá queda con mi abuela a la espera de "las viejas" con quienes pasarán una tarde a puro burako y chismerío de la tercera edad - Que Dianita disfruta como si fuera una más de la generación - me dirijo al monumental con mi papá. Y a medida que nos vamos acercando se ven cada vez más casacas rojas y blancas. Y de repente los cánticos de la gente: una de las contaminaciones auditivas que más disfruto se empieza a hacer oir cada vez más fuerte (la otra es el ruido de los chicos en el recreo). Me cruzo con alguna cara conocida en el acceso, olor a meo mientras subo la escalera, uff, ya me estoy agitando. Al fin me siento y me re cago de calor con el sol que da de lleno a la San Martín alta. PIIIIIIII. Empieza el doparti. Me puteo con el plateista hijo de puta que tengo al lado, qué bronca. Miro la popu y me muero de ganas de estar ahí, con Seba, con Gusti o el Pelado. Pero lo hago por mi viejo. Lo hago por mí en realidad, para compartir esto con él. Y sí importa el resultado. Pasamos a buscar a mamá para emprender la retirada, y sólo con mirarnos Diana se da cuenta si puede o no abrir la boca en el viaje, ya cuando agarramos Pueyrredón, después de pasar la clínica donde internaron al abuelo, alquien se encarga de hacer la pregunta infaltable y disparadora de conflicto "¿Qué vamos a comer? En casa el clima es consecuencia directa del resultado del partido. El mal humor de domingo a la noche se incrementa o se atenúa según la cantidad de puntos sacados. Después de comer y mirar un rato Fútbol de Primera, me voy a la cama y tengo una semana para extrañar a mi abuela, a mi perra y volver a sufrir por River.