viernes, 8 de febrero de 2008

La insatisfecha Victoria



“Para conformarse se ha inventado el jamás”
Silvio Rodríguez

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Victoria se levanta temprano, un día más. Piensa en todo lo que debe hacer, en lo que aún queda por terminar de la noche anterior, cuando alguna excusa baladí la encontró para conquistarla.
Sale a la calle y camina. Otro día más con sus obligaciones. Sus estudios, el trabajo, los amigos, la familia… Y la rutina se nota, se siente por su peso a cada paso; ella sólo piensa resignada que esa es su vida.
Y llega el colectivo y esos veinte minutos al trabajo son los ideales para desprenderse un rato y volar.

Abril despierta acompañada. Siempre. Se dirige a Tiffany’s a desayunar otra vez. Vida nómade de actriz. De aquí para allá. En cada puerto…
Un amante distinto, buscando un par de arrebatos cada noche, cediéndole su alma entera a quien esté dispuesto a robársela.

Victoria vuelve a casa. Lo único que desea es gritarle al viento y que éste le conteste qué ha hecho ella para merecer todo esto. ¿Qué ha hecho ella? ¿Quién reparte? ¿Quién juzga? ¿Cuándo fue que el tiempo se puso tan violento? El maldito tiempo que no para de avanzar. Alguien le había dicho alguna vez que aunque el tiempo parezca tener vida propia es decisión nuestra qué hacemos con él. Cuánta falta de sentido tenían ahora esas palabras. Todavía estaban frescos; impregnados en su piel aquellos momentos en que sólo visualizaba la perfecta imagen y la forma de obtenerla; el marido ideal, los hijos, el jardín y ser una chica Almodóvar. Y ser una chica Almodóvar. Y hoy… Nada de eso queda, nada más que una imagen difusa. Sueños eran. Sueños olvidados, tal vez, en alguna copa de una noche de bar. No eran más que caretas, que personajes forjados en la mente que ahora sólo la perseguían para hacerle notar el fracaso, o para ofrecerle algún viaje volador. Hoy todo es un gris laberinto y ella sólo busca la salida.
Nada queda de esas tardes risueñas. Sólo voces en su cabeza que no logra callar.
Decide salir a caminar, buscar la luna en la ciudad, buscar alguna momentánea compañía.

Pasó de todo y ella sigue de moda. Abril camina, todos la admiran. Todo es pasión y lujuria y placer. Todavía anhela aquellas tardes sin sol en que tomaba mate en el jardín. Qué lejos quedó todo. Cuántos kilómetros de distancia, si tan sólo pudiera volver.

La incógnita la lleva a la obsesión, al orgullo de su silencio. Si al menos por una vez el deseo se obsesionara con ella, por un rato nomás. Si alguien la consolara de su angustia, de esa angustia indescriptiblemente descriptible.
Nada, nada es capaz de saciar su sed. Esa sed de soñar, de tener, de poseer, de ser quien no es. Un poco lista, un poco boba. Ella, siempre intelectual, siempre la de anteojos de grueso marco negro. Crear personajes de ficción.
Todo es locura, todo es incesto, todo es pecado, y al fin y al cabo, se da cuenta, lo único que desea son unas noches locas, jugando a ser alguien más.
Aquel que reparte parece haberle quitado todo, hasta el derecho de soñar. Pero ella arriesga. Y no gana. Siempre igual. Siempre es la monótona rutina la que obtiene la victoria.
Camina. Transita calles; entrada la noche (alguna nueva excusa volvió a ganar y no pudo hacer todo lo que se dice por ahí correspondía) vuelve a casa. Sola. Desalentada. Insatisfecha.
Insatisfecha, es siempre eso. La insatisfecha Victoria.

Abril recorre ciudades; Madrid, Buenos Aires, Nueva York. Y en todos lados un vacío. Ese vacío profundo y rotundo que siempre está e irónicamente la hace sentirse acompañada.

Victoria sueña. Una vez más. Y vuelve a despertar. Todo sigue igual. El mundo sigue girando, ella sólo piensa que desea que lo paren; se quiere bajar. Es tarde, se apura. Quiere llegar a los veinte minutos voladores. Esos minutos, segundos libres de culpas; de responsabilidades, colmados de libertad. Pero siempre culminan. La encuentra la 9 de julio y Corrientes; su parada. Algún día, no bajará. Espera alguna vez juntar el valor para hacerlo. Pero no se siente capaz. Ella, tan débil, tan frágil, tan sumisa. Pero tan insatisfecha. Otra vez esa palabra, piensa.

La soledad la encuentra en su cuarto de hotel. Años evitándola, aunque ahora pareciera que siempre estuvo allí, escondida, en algún baúl. Piensa sin hallar respuesta que en cuál avión habrá sido que se subió con ella para no bajar dejándola. Tan sólo esperar, tan sólo esperar a que se quede en algún otro aeropuerto.

Toma el colectivo de regreso. Qué lejos está. De nuevo esos veinte minutos esperados. Los piensa, los desea, los aprovecha, los disfruta. Qué absurdo parece todo lo demás. Tantas cosas realizadas para en realidad no haber hecho nada. Para que sus únicos momentos de disfrute sean esos tontos veinte minutos en un transporte público.

Aeropuerto en Nueva York. Tal vez acá se queda, piensa Abril.
Aeropuerto en Buenos Aires, tal vez acá sí.
Y ya no se quería desprender. En algún momento sin darse cuenta había aprendido a disfrutar de su compañía, o a convivir con ella. Era lo único que sentía que realmente le pertenecía. Lo único realmente de ella. Esas horas de vuelo; el único tiempo en que de verdad estaba sola. No más romances, no más amantes. Soledad, pensamiento, reflexión. ¿Deseaba algo de lo que alguien le dijo poseía? Insatisfacción (nuevamente esa palabra).

Victoria viajaba. ¿Tal vez hoy? ¿Hoy será el día en que no se baje? ¿En que seguirá viajando para no despertar?
9 de julio y Corrientes. Nadie desciende.
Victoria abre los ojos (sabía, la única forma de no bajar sería cerrar los ojos, sentirse dueña de su vida, pertenecer a su sueño, sentirlo propio). Ve el edificio de oficinas al que debía entrar. Esboza una sonrisa.

Finalmente piensa y acepta que es insatisfecha, que el ser humano lo es.
El paisaje la abruma. El escenario está desierto y de nuevo esa angustia que le comprime el pecho y le provoca querer gritar.
¿Cuándo fue qué perdió el camino? ¿Qué el recorrido dejó de ser el mismo, qué la incertidumbre se apoderó de su ser? ¿Cuándo fue que los múltiples personajes que creó en ella se entrelazaron?
En algún momento sintió a su sueño, se apoderó de él. Y ya no abrió los ojos, motivada por el deseo, por el enorme atractivo de ser alguien más. De jugar por un rato a ser esas tantas y diversas personalidades que deseaba.

Un día, Victoria, a su nombre le agregó “Abril” porque se le antojó.
Victoria Abril. Y ni así se conformó.
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Lucía Poy
2007
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Gracias Lulila. Gracias por tanto. Te quiero hasta siempre.